martes, 1 de diciembre de 2015

El guardián de lo eterno



El Parque Nacional de Khenifiss, en la costa sur de Marruecos guarda un secreto: a orillas de su humedal están los restos de Santa Cruz de la Mar Pequeña, fortaleza española del siglo XV. Abandonada por el Gobierno Marroquí, hoy el Parque y los restos arqueológicos sólo tienen un custodio: el saharaui Mohamed Khabizi.

Miguel Gutiérrez-Garitano

En el desierto del Sáhara existe una ley no escrita pero implacable: lo eterno dura un instante, sólo lo transitorio pervive; o lo que es lo mismo: lo que se construye con pretensiones de longevidad, como las torres de piedra o las grandes ciudades, tiene dificultades para subsistir al embate de las arenas; y son las humildes tiendas de los beduinos, las que triunfan en este ecosistema.
Pero hay un hombre que vive a caballo entre ambos mundos, empeñando su vida para recuperar lo muerto; Mohamed Khabizi, "El Saharaui", un jefe beduino que vive como un nómada sin moverse del sitio, porque se ha propuesto conservar la memoria de una ciudad enterrada y una torre legendaria que ya nadie recuerda. 

Santa Cruz de la Mar Pequeña fue una fortaleza construída en Cabo Juby por los Reyes Católicos. 


Habita con su familia -de unos treinta miembros- en un campamento de haimas; pero no siempre fue así, porque "El Saharaui" nació en la ciudad española de Puerto Seguro, que hoy ya no existe, porque yace enterrada bajo las dunas que rodean la laguna de Naila, en el corazón del Parque Nacional de Khenifiss; a pocos kilómetros monta su rutina el clan Khabizi, adaptándose al terreno, pero desplazándose lo justo, en esa franja idílica entre el mar y el desierto que es el Parque. Este -situado en la costa atlántica, en la región de El Aaiún-Bojador-Saguia el Hamra- fue establecido en 2006 para proteger el entorno de humedales, dunas costeras y desierto que rodea la laguna de Naila; es allí donde me han llevado mis pesquisas en busca de "Santa Cruz de la Mar Pequeña", una mítica torre española que desapareció para siempre en 1524.
En mi investigación, siguiendo las diferentes teorías decimonónicas sobre su ubicación, he visitado Sidi Ifni y la desembocadura del río Shebika, sin lograr resultados; tras lo cual me dirijo a Tarfaya, donde pregunto por las antiguas ruinas sin resultado; hasta que en una vieja tetería un tipo orondo me recomienda que tome un taxi al Parque de Khenifiss y busque el campamento de un saharaui llamado Mohamed. "El sabe", me asegura.  


Paisajes de la laguna de Naila y el Parque ncional de Khemifiss.

Cuando llego al área protegida tardo poco en rendirme a sus encantos: en torno a una marisma de aguas turquesas donde las aves acuáticas hacen sus delicias, se despliega un paisaje desierto bajo un cielo de inmaculado azul. Un militar malhumorado nos indica el lugar donde la familia Khabizi tiene su campamento, a apenas dos kilómetros de la entrada del Parque. El taxista marcha sólo en esa dirección y regresa con un hombre que me recuerda a Sean Connery cuando hacía el papel de El Raisuni en la película "El Viento y el León"; de ademán altivo Mohamed Khabizi viste de manera humilde pero no sin cierta elegancia, gracias a su camisa de blanco nuclear y su turbante saharaui (elzam) que lleva enroscado al cuello a modo de braga; me saluda con dignidad y luego parte hacia el norte por el roquedal con la agilidad de una gacela. Ni las tolvaneras de polvo que trae la brisa ni el descenso vertiginoso que hacemos a la playa le manchan la camisa, lo que no deja de maravillarme, teniendo en cuenta que al acabar la maniobra yo he quedado cubierto de suciedad de la cabeza a los pies.


Khabizi nos guía hacia las ruinas a través de la arena.

Junto a una casa miserable un soldado marroquí me da el alto: "pasaporte si`l vous plait", me dice desabrido. Se trata de uno de los efectivos del "Muro del Atlántico", la barrera establecida por Marruecos con euros europeos para detener la emigración ilegal a Canarias, cuyas islas orientales pueden verse los días claros; sobre el papel dicho muro está conformado por los precarios hogares de los soldados, que se levantan cada tres kilómetros. Por mi parte y dada la miseria en la que habitan el militar y su familia, temo una petición de soborno, pero al final no hace falta, porque a una orden de 

Mohamed el uniformado vuelve a su puesto con el rabo entre las piernas.
Después llega un calmo zangoloteo por una playa que es pura calma y luz. Y en su centro mismo un cuadrado de piedras centenarias medio enterradas en la arena. Se trata de la torre, la mítica "Santa Cruz de la Mar Pequeña".  "Hace diez años estaba cubierta de agua", informa Khabizi, que asegura además que "solía pescar subido a sus muros, que levantan unos tres metros del suelo".  Mientras dice esto se mete en el recinto y me enseña un folleto de anuncio del Parque Nacional, en árabe, en el que la estructura aparece cubierta de agua. Bajo la sombra de una Tarfa, me señala el lugar donde estuvo la ciudad española de Puerto Cansado, hoy cubierta por una colosal duna. "Yo nací allí. Mi padre era cabo de la Caballería Indígena en la guarnición de la ciudad, pero los españoles se fueron y hoy todo yace enterrado. Todo menos mi familia, nosotros no nos moveremos de aquí", sentencia. Y después llega un silencio que ni el viento se atreve a replicar.

El guía saharaui nos muestra los restos de la torre de Santa Cruz de la Mar Pequeña, enterrados en la arena.


Khabizi y yo repasamos la historia del lugar en su campamento, mientras degustamos un magnífico cous cous regado por el inevitable té de menta. Su existencia sirvió a España como excusa para reclamar los territorios en el siglo XIX y establecer el llamado Protectorado Sur. La torre para ellos era lo de menos, aunque al parecer su ubicación no era tan secreta como se creía. El escritor Mariano Gambín -autor de la famosa serie Ira Dei- la redescubrió en 2011, y demostró que era conocida en época colonial. Pocos meses después las autoridades marroquíes hicieron amago de recuperarla para el turismo. "Fue todo desastre", relata Mohamed. "El Gobierno dio 25.000.000 de dirhams para hacer de esta zona un lugar atractivo para las visitas y el responsable del proyecto los único que hizo fue robar todo y poner mojones para delimitar el área natural", se lamenta. Ahora los únicos que cuidan el área son ellos, los Khabizi que siempre habitaron allí. Mohamed ni siquiera acepta el dinero que le ofrezco después por guiarme en la caminata. Me abraza una y otra vez y repite riendo: "Ah, Miguel, eres un buen hombre, eres un buen hombre".

El área protegida
Declarado como reserva natural en 1960 y Reserva Biológica en 1983, no fue hasta 2006 que Kenifiss adoptó el calificativo de Parque Nacional; situado en la costa atlántica del sur marroquí, cerca de la ciudad de Tarfaya, su punto fuerte lo conforman las dunas que rodean a la laguna Naila, que no es sino una península de agua unida al océano por una estrecha bocana. La visión de sus aguas verdosas rodeadas de dunas y pobladas de aves acuáticas y pescadores bien merecen una visita.

Puerto Cansado
Conocido también como Argila, Port Hillsborough o El Kraàn a lo largo del tiempo, en época de la colonia española (desde 1912 hasta 1969) Puerto Cansado era uno de los poblados adscritos al territorio de Ifni. Apenas un grupo de casas blancas erigidas en torno a un puerto pesquero y un puesto militar.  Hoy todo yace bajo la arena.


Con la familia de Mohamed Kabhizi, "El Saharaui", en su campamento.


Santa Cruz de la Mar Pequeña
Santa Cruz fue construida por orden de los Reyes Católicos en 1496, en la época de la conquista de las islas Canarias. Se utilizaba como base para las temidas "cabalgadas", que eran las razzias militares que emprendían los castellanos por el desierto en busca de botín y esclavos. Todo terminó cuando una fuerza indígena la destruyó en el primer cuarto del siglo XVI, en concreto en 1524. Tras la visita al lugar del escritor Gambín (autor de un libro que recupera la historia de la torre) y por iniciativa del profesor de la villa de Akfhenir, la torre fue desenterrada para poder ser visitada. Sólo dos años después, con motivo de mi visita, la arena había vuelto a imponerse. Como anécdota, después supe que Naila en árabe es "laguna", pero su traducción literal es "mar pequeña", así que en realidad la ubicación estaba clara.

martes, 28 de abril de 2015

A orillas del Muni; entrevista con Javier Reverte (una entrevista de Enrique Gutiérrez Fraile).




El Estuario del Muni lo forma la confluencia de la desembocadura de los ríos Congüe, Mitong, Utamboni y Mbañe. Traza la frontera entre Guinea Ecuatorial y Gabón, en el corazón del África Ecuatorial. Describir su belleza me resulta casi imposible. Tampoco creo que con una imagen fotográfica se pueda hacer justicia a lo que se presenta ante nuestros ojos.
Aprovechando la necesidad de suministros para el proyecto de cooperación que la Asociación Africanista Manuel Iradier desarrolla en el distrito, hemos ido en cayuco a Cocobeach, en Gabón, en la otra orilla del estuario. Hemos visitado los islotes de Elobey Grande y Chico, donde el explorador vitoriano Manuel Iradier estableció su campamento base para sus exploraciones a finales del siglo XIX.

Estuario del Muni

Tras una fatigosa jornada, estamos ahora sentados a orillas del Muni. Atardece y el Sol se va poniendo al otro lado del río. Abajo, algunos cayucos salen a pescar y otros llegan con pasajeros desde Cocobeach y Akelayong. Tomamos un “contrití”, acrónimo de “country tea” en pichi, una infusión local. Los lugares que recorrió Iradier están a la vista, Punta Botika, Punta Yeke, el Congüe, las Elobeyes…
Javier, ¿Cómo empezó tu particular “Sueño de África?” 
Pues empezó en la infancia, cuando siendo un chico de la cutre postguerra, la manera de escapar de la tristeza no era otra que ir al cine a ver películas del Oeste de John Ford o leer libros de aventuras en Alaska, África, los Mares del Sur. Esas narraciones te hacían soñar con un mundo menos opresivo. Aunque yo no sabía mucho de política, me sentía oprimido por los colegios de curas y por tanta prohibición y normas absurdas que el alma de un niño no puede comprender. Esos libros, los de África en particular -Tarzán de los Monos, los libros de caza de John Hunter y ya en la adolescencia Hemingway- me hacían soñar con otros paisajes y otra vida. De ahí el título del libro. Luego, se trataba de cumplir esos sueños, una de las pocas tareas que merece la pena en esta vida.
La historia de las exploraciones europeas en África, precursoras de la evangelización, colonización y explotación, siempre me ha fascinado. Se estaban trazando los mapas del interior del “continente misterioso”. Burton, Specke, Livingstone, Stanley..
¿Quién fué, a tu parecer, el explorador africano por excelencia?
Hay tres: David Livingnstone, que fue a convertir almas y se transformó en el adalid de la  lucha contra la esclavitud; Pierre Savorgnan de Brazza, por su honestidad, que enamoró a los propios africanos, y además por sus cualidades de gran explorador; y Joseph Thompson, que cruzó a pie el País Masai apenas sin armas.
Este último es el menos famoso y el que, quizás, más me gusta. Y me gusta, sobre todo, porque no era un hombre ambicioso ni pretendía probar nada ni ganar celebridad. Simplemente trataba de demostrar, por encargo del gobierno británico, que el supuestamente peligroso territorio Masai no lo era tanto y que, si uno viajaba sin ánimo de lucro, podía llegar a acuerdos con los clanes y alcanzar el lago Victoria sin problemas. Thompson murió a su regreso a Gran Bretaña, víctima de la malaria, y poco antes de morir dijo: "Si pudiera levantarme y ponerme las botas, volvería a África para vagar sin rumbo. No soy un explorador, ni un militar, ni un empresario..., soy solamente un vagabundo". Mi libro "Vagabundo en África" se inspira en esa frase.

La localidad de Cogo, en la orilla del Muni


En ese libro nos llevas por el Congo tras los pasos de Conrad, en busca del Horror. La historia del Congo es realmente dramática y sigue siéndolo hoy en día.
La historia del Congo -el antiguo "belga"- es una  historia atroz. En los días de Leopoldo II de Bélgica, a finales del XIX y principios del XX, se convirtió en el episodio colonial más depravado. Los agentes de Leopoldo obligaban a los nativos a hacer trabajos forzados y los mutilaban o ejecutaban si no cumplían con los obligatorios cupos de producción. Conrad, que viajó allí contratado por los belgas, quedó espantado ante lo que vio y escribió un maravilloso y terrible libro sobre ello, "El corazón de las tinieblas". Quien quiera saber qué fue el África colonial debería leerlo.
En el origen de esta tragedia, Stanley, el explorador, tiene un importante papel. ¡Qué personaje, este Stanley!
Era un tipo tan cruel como genial. Escribía, además, muy bien, como un gran reportero, pero pasaba por encima de quien fuera con tal de lograr sus objetivos, era implacable. Me gusta poco. Y a los africanos les gustaba menos, pues les trataba como a esclavos y parece que llegó a matar a algunos de sus hombres cuando consideraba que no hacían bien su trabajo. Nada le recuerda en África, ni un solo nombre, en tanto que los africanos han respetado la memoria de Livingstone y de Brazza.
Tu experiencia en el Río Congo también fue sobrecogedora
Fue la ocasión en que más cerca he estado de la muerte, o al menos así lo sentí. Y eso me enseñó a apreciar más la vida. Morir es gratuito y muy sencillo y, en el fondo, somos tan frágiles como los insectos.
Las historias de las exploraciones van casi siempre unidas a los grandes ríos. También en tu obra literaria los ríos están siempre omnipresentes, como si tuvieran su propia vida. Entre todos, el Nilo, cuna de civilizaciones y origen de misterios insondables desde tiempos de Ptolomeo
Más que un río, el Nilo  es un mito. Nace de "las bocas del cielo", así lo señalaban los antiguos egipcios. Y  es un río "madre", en la medida que va pariendo huertas y creando vida en medio de los desiertos. Es un río lleno de literatura y de  historia.
Contemplando el estuario no podemos dejar de pensar en Iradier. Tras entrevistarse con Stanley en Vitoria se lió la manta y con su mujer y cuñada, y grandes dosis de osadía y escasos medios, se vino a explorar esta zona.
A Iradier lo considero un adelantado de su tiempo, un español que, en un país de poca monta y en plena decadencia, se propone convertirse en explorador y traerse para España una parte del "pastel" de África. Hay que decir en su descargo que él era un hombre de su tiempo y que, como todos los europeos, consideraba el continente como un territorio de reparto para los imperios coloniales. Pero creo que siempre puso por delante su interés científico al de apropiación.
Otros exploradores españoles, como Iradier, han pasado al olvido. Me vienen a la memoria Pedro Páez, Ali Bey
Ali Bey y Pedro Páez me sorprenden. Tanto por cu capacidad intelectual -eran más curiosos que imperialistas- como por su imponente valor. Páez fue el primero en llegar al Nilo Azul y Bey, mucho antes que Speke y Burton, tenía en la cabeza dirigirse a unos supuestos lagos del interior en donde él creía que nacía el Nilo Blanco, o sea: el Nilo total. No llegó porque le mataron las fiebres. Si llega hacerlo, tendríamos en la nómina de exploradores a los dos descubridores del Nilo. Imagina a partir de ahí: un catalán, Bey (o Domingo Badia, que tal era su nombre); un madrileño, Páez; un vasco, Iradier; y un andaluz, Yauder Pachá (llamado por otros, Joder Pachá), el mercenario que conquistó Tombuctú para el sultán de Marruecos. Eso sí que sería una España magnífica, unida por la aventura; no la de las banderas.
Decían que Ali Bey era espía de Godoy.
Era, sobre todo,  un liante. Pretendía irse de viaje, explorar y tener experiencias por el Norte de África. Y lió a Godoy haciéndole creer que podía viajar a aquellas regiones y provocar un levantamiento en favor de España para adquirir nuevos territorios. Todo era un camelo. A Napoleón, después de la Guerra de la Independencia, cuando se tuvo que exiliar en París por afrancesado, le  hizo lo mismo en su segundo viaje, en el que murió de fiebres.
De Páez se creyó durante mucho tiempo que era portugués hasta que tú, en tu libro “Dios, el diablo y la aventura” descubres para el gran público su origen español.
 Alan Moorehead lo presenta como portugués en su libro "El Nilo Azul". Pero en otros trabajos menos conocidos, se dice ya que era español y natural de un pueblo que hoy forma parte de la Comunidad de Madrid, Olmeda de las Fuentes, llamado entonces Olmeda de la Cebolla, un nombre mucho más bonito.
¿Para cuándo una edición en español de su obra?
La edición española la está preparando la Fundación Al-Andalus, de Granada,  que curiosamente dirige un amigo mío que se llama Jerónimo Páez. No, no es pariente..., porque el jesuita Pedro Páez no dejó descendencia, que se sepa. No sé cuándo saldrá el libro. Lleva más de un año traduciéndose. Páez lo escribió en portugués porque era un informe para sus jefes jesuitas  de Goa, que eran portugueses.
En el contexto africano has cultivado también la novela. “El médico de Ifni” es un ejemplo. Además, relacionado con una excolonia española. Ahora veo que escribes y escribes mientras recorres el Río Muni.
Guinea siempre me ha interesado como paisaje para una narración, porque es parte de nuestra historia  y se ha escrito muy poco sobre ello. Tenía ganas de venir y hacer un libro. Y lo haré. Cogo, en particular, me ha parecido un lugar muy peculiar y atractivo, perdido en un rincón de África, lleno de belleza y drama. Es el espacio ideal para una novela. A ver qué tal sale.
Eres miembro de la Asociación Africanista Manuel Iradier. Hemos podido ver los proyectos que estamos desarrollando en el Estuario del Muni. Ahora que la gente se cuestiona la auténtica finalidad de algunas ONGs ¿Qué te parece lo que has visto? ¿Cómo ves la herencia de Iradier?
 Con las ONG pasa como con todo, unas están muy bien y otras son una patochada. La  Asociación Africanista me parece ejemplar: porque trabaja con los medios que tiene a su mano dándolo todo en un distrito, Cogo, en  el  que no hay nada. Si la Africanista se fuera, ¿qué quedaría aquí? En cuanto a la herencia de Iradier, es la mejor posible. El nació en tiempos de expansión colonial y de conquista, pero también de investigación exploradora y científica. Ahora son días de solidaridad. Supongo que se sentiría orgulloso de vivir hoy.
Enrique Gutiérrez Farile y Javier Reverte


El Sol cae súbitamente en estas latitudes, como una cortina que se corre de repente. Pasamos del día a la noche cerrada en apenas quince minutos. El sonido de los insectos se apodera del ambiente y nosotros nos retiramos huyendo de los molestos y peligrosos mosquitos. A lo lejos suena un tam tam, la secta del M’buti comienza su ceremonia iniciática. Pero eso es ya otra historia.
Enrique Gutiérrez Fraile
Asociación Africanista Manuel Iradier